Ir al contenido principal

Relatos





La vida de un Gatito




Unos estallidos empiezan a sonar como eco en esta cavidad. Es una fuerza sobrenatural que nos empieza a comprimir. El miedo al cambio se hace viral. La presión aumenta por minutos y todo parece desmoronarse. La sensación de agobio y nerviosismo recorren todo mí ser. De pronto para, sin más. Se detiene ese mal rato y volvemos a tranquilizarnos. Pasan unos minutos no te sabría decir cuántos e irrumpe de nuevo la fuerza. Esta vez es más poderosa. Me atrae más, me aprieta más. Sé que uno de nosotros desaparece, ya no lo noto. El vigor se lo lleva. Parece irremediable luchar contra él. Ahora estoy atrapado no puedo dar marcha atrás, escapar. Me prensan estas paredes blandas que aseguran de que su presa no retroceda. No existe mucho tiempo de calma, la percepción del tiempo no está, al menos no de manera existencial. Las paredes empiezan a convulsionarse para arrastrarme con ellas más lejos a ese más allá donde todos desaparecen. De pronto un fulgor siento en mí, una claridad que me hace ver todo rojo, eso me asusta y quiero gritar. Algo en mí responde a mis plegarías y un mayado sale de mí con garra y nervio. Mi ser se estremece para adaptarse a este nuevo entorno desconocido. Vibra de frío y desasosiego. Pero algo me hace saber que estoy a salvo, protegido. Notar por primera vez como algo grande y cálido me abre los pulmones y esa bocanada de aire me tranquiliza. Poco a poco mi sentir se agudiza y puedo notar que aquellos seres con los que antes conviva siguen ahí, conmigo; en esta nueva dimensión roja. La calidez me frota de nuevo me hace saber que sigue ahí y me invita a ir a algún sitio. Mis percepciones siguen despertando ahora me llega un olor fuerte visceral, es un aroma único. Por puro instinto sé que tengo que llegar a él. Si consigo alcanzar a esa esencia, lo habré logrado. La calidez me empuja, incita a llegar al aroma que cada vez se hace más intenso e irresistible. Puedo alcanzarlo, descubro un saliente un mamelón que parece ser el causante de ese olor tan estimulante. Lo toco con la nariz y noto su calor y forma, es como una punta. Por puro instinto consigo meter ese extremo en mí como y por arte de magia un líquido entra en mi cuerpo. Succiono con fuerza para hacerme con más de ese fluido que se hace irresistible. Siento como mi cuerpo se llena con él. La calidez me va acariciando, limpiando. Roza y besa cada centímetro de mí para comprobar que estoy bien. Y hace lo mismo con los demás, esta dimensión bermeja está llena de amor y ternura. La magnitud del espació se apaga su bermellón desciende y eso también hace menguar el calor. Me toma con mucho cuidado la calidez y me transporta a otro lugar, creo que no estamos seguros. El movimiento y la rapidez con la que me lleva me espantan. Con suma atención cede mi custodia y me deposita sobre un suelo blando. Se que tengo que esperar allí y así lo hago. De tanto en tanto va volviendo la cálida caricia para asegurarse que permanezco en el lugar donde me dejo y en unos tres lametones volvemos a estar todos a salvo. El rubí de mis ojos se apaga por completo después de volver a succionar ese calorro que me sacia por completo y recibir peinados y caricias caigo rendido sobre esa nueva superficie. Hoy al despertar mis ojos también se abrieron. Descubriendo ante mí la dimensión Roja. Hemos seguido en aquel lugar desde que el peligro acecho. Ahora puedo ver su magnitud, comprendo que soy al ver a los otros seres, descubro mi igualdad. Mi parentesco y le pongo rostro a la calidez esa protectora incondicional de largos bigotes y colorido pelaje. Con grandes ojos me mira y comprende que por vez primera estoy descubriendo su apariencia. Se acerca a mí, me roza con su lengua, peina y limpia con su saliva. Cuando termina la sesión de cuidados me incita a ir con mis hermanos a jugar. Al calibrar sus cuerpos comprendo nuestras medidas. Observo mi alrededor mi enorme espació, nuestro hogar. Existen todo tipo de objetos de los cuales desconozco su utilidad. Solo me es familiar la mantita donde dormimos, el rincón donde hacemos nuestras cosas y a mama. El resto es nuevo para mí hay un gran ser que se parece a nosotros, nos observa inquietante desde más arriba. Siempre está ahí, sin moverse. Vigilante de las alturas. Soy valiente, pero soy pequeño y mi madre me corrige el camino y me deposita con mis hermanos. Estos rechazan mi llegada, han hecho una piña juntos y no quieren a nadie más con ellos. Así que empiezo a retroceder mis pasos, pero mi madre vuelve a empujarme a ellos. Con más valentía les llamo y uno de ellos me gruñe, pruebo de nuevo pero esta vez me pegan. Un manotazo me golpea en la cara. Está claro que no me quieren. Voy con mi madre que ahora si permite que me quede y no me obliga a ir con ellos. Mis hermanos reciben una corrección y siguen jugando. No parece haberles importado mucho la lección de familia que acaban de recibir. Continúan a lo suyo mientras yo me refugio entre el pelaje de mi madre. Cuando mejor y más a gusto estoy, mi madre empieza a moverse para dejar a la vista su torso y ese movimiento basta para llamar a los demás que con ansia se acercan golpeándose unos a otros para alcanzar tetilla. Por suerte hay para todos así que alcanzo la mía y empiezo a comer. El ansia que tienen mis hermanos es feroz me empujan para quitarme de mi sitio continuamente estoy cambiándome de pezón para seguir comiendo. Se nota cuando de uno ya han chupado, cuesta más succionar el calorro, ese fluido no sale igual de disparado y tengo que ayudarme de mis patitas para amasar la zona y empujar la leche a que salga. Para mí se convierte en un ritual, en algo que tengo que hacer siempre porque termino adquiriendo un saliente ya usado. En cada toma ocurre lo mismo. Nunca consigo ese sabor del inicio. Mis hermanos con rapidez se van haciendo más fuertes y agiles y cada vez me dan más miedo. Quizás soy el más tranquilo, el más fantasioso me emboba la perspectiva y me llama mucho la atención la mirada del altísimo. Desde que tengo uso de razón sigue ahí observándonos. Quizás mi madre busco este lugar para refugiarnos porque con él estaríamos a salvo. Hoy descubro que mi madre se escapa a hurtadillas empuja fuerte una pared y una luz cegadora entra por un momento. Sigo a mi madre, pero llego tarde ha colocado algo así como una caja que impide el paso y la luz. Se que regresara, siempre lo hace. Entiendo que se marcha largos ratos, supongo que también tiene que alimentarse. Eso me explica su ausencia las veces que para mí simplemente desaparecía. Mis hermanos se descontrolan, no paran de jugar y saltar. No puedo acercarme a ellos, no me lo permiten, pero esta vez parece que quieren jugar conmigo. Por fin me han aceptado. Alegre espero a que vengan hasta a mí y solo pasa un momento cuando entiendo que lo que están haciendo es atacarme. Por delante el más grande y el que parece ser el líder y a ambos lados mis otros dos hermanos. Se abalanzan sobre mí, me atacan, golpean, muerden. Empujan, bufan y arañan. Lo hacen a sabiendas de que me están lastimando pues yo no paro de quejarme. Maúllo con todas mis fuerzas para que el altísimo me rescate. Pero sigue inmóvil como siempre. Creo que no es de verdad que solo es una representación de nosotros pero que no respira, ni se mueve ni hace nada. Rendido por los dolorosos ataques de mis hermanos, hago un último acto de fuerza y valía e intento escapar. Consigo hacerlo gracias a que mi madre aparece de pronto y los regaña como nunca antes había hecho. Comprueba mi estado y el miedo se percibe en sus ojos. Empieza a lamer mis heridas que pican y sangran. Y me aparta del grupo, soy al único que sigue cogiendo de esa manera. Quizás porque soy el más chiquitín. Me coloca en un lugar más apartado, evitando que mis hermanos me vean, pero ahora estoy dentro de una caja grande y no puedo salir de ella. Estoy justo debajo de la estructura donde está el altísimo, no sé porque mi madre piensa que me va a proteger si cuando lo llamaba no me hizo caso. Creo que no sabe que no respira. Al rato vuelve a comprobar mi estado, vuelve a curar mis heridas que ya parecen estar mejor. Y después de mimarme me ofrece para mí solo y en esa privacidad que nos ofrece la caja, mamar por fin puedo tener el placer de volver a probar aquella leche del primer día. Abro la boca con ansia sin saber que teta elegir, que más da! La más cercana es la candidata perfecta y me hago con ella. Entra dentro de mí ese líquido, esa sensación de plenitud, succiono sin descanso con intención de llevármelo todo. Aunque estoy cansado mamar me da más fuerzas y no paro hasta que noto que ya poco sale de esa tetilla y agarro otra, me ayudo con mis patas y al empujar desde el principio sale tan fuerte que me atraganta, una vez recuperado sigo mamando. De pronto mi madre se levanta, la comida se ha terminado. Sale de la caja y se marcha a dar de comer a mis hermanos. Ha considerado que ya estaba saciado pero lo cierto es que aún podría haber seguido comiendo más. Pese a eso, el cansancio me puede y ahora habiendo saciado un poco mi sed caigo rendido en sueños sabiendo que la caja me oculta de ellos. En la noche despierto bajo ese oscuro lugar al que solo le entra un rayo de luz que procede del exterior. El lugar se llena de sombras, pero no por eso puedo dejar de ver. Mi visión es como un poder, observo el entorno y reconozco cada rincón del espacio, me pongo de pie apoyado por la caja y descubro que puedo saltar para salir. No es tan difícil. Una vez fuera. Paseo aprovechando que todos siguen durmiendo. Intento escalar por los objetos, juego con un trozo de algo roto que hay en el suelo y cuando ya despierta en mi la necesidad imperiosa, hago mis necesidades. Se que aún no van a despertar así que para seguir protegido vuelvo a meterme en el interior de la caja lo consigo, pero con tal torpeza que tiro uno de los objetos que por equilibrismo se mantienen en su lugar. Eso provoca un ruido que despierta a mi madre que asustada se pone en guardia con mis hermanos protegiéndolos hasta averiguar de dónde procede es ruido. El objeto sigue dando vueltas hasta que su energía sacia y termina en otro lugar del suelo. Al comprobar con valor lo que es, se acerca a mi caja para ver si estoy bien. Siento su olor y respiración acelerada. Pero nuestras miradas se encuentran y sabe que he sido yo el culpable del estruendo. Me huele dudosa y eso me ofende. Pero pronto se asegura y me acaricia dándome su calidez. Aquella noche no fue muy tranquila que digamos, por culpa de mi estruendo atraje la visita de unos seres enormes, fuertes, que caminaban a dos patas y tenían un pelaje de colores estridentes. Como mis hermanos era impredecibles y nerviosos. Se acercaron al lugar y mi madre se postro delante de sus hijos. Esperando al peligro. Aquellos seres abrieron la puerta que solía empujar mi madre para irse a comer. Y entraron en nuestro hogar. Eran muy chillones y tocaban todo con solo alzar sus patas. Igual que nosotros tenían cuatro pero las delanteras las usaban diferente. No son como nosotros no son de nuestra especie. Son humanos. Comprobaron el interior y vieron a mi familia. —Son gatitos! —dijo uno de ellos, en un lenguaje que no logro comprender—mira Andrea ¡Son gatitos! ¡Y hay tres! Aquellos humanos quisieron coger a mis hermanos, pero mi madre maulló con fuerza advirtiendo de su capacidad defensiva y pareció funcionar porque aquellas personas, que resultaron ser niños se marcharon. Yo no pude dormir más, me sentía culpable. Desde el rincón para protegerme de mi propia sangre observaba la preocupación de mi madre. Ya éramos grandes para transportar, pero pequeños para seguirla hasta un nuevo hogar. Mi madre comprobó la puerta y esta vez no podía abrirla. Los niños debieron cerrarla hasta quedar encajada y ahora no tenía suficientes fuerzas para conseguir abrirla. Salí de mi caja de un salto dispuesto a ayudarla, pasando cerca de mis hermanos sin importarme lo que hicieran; como estaban asustados por lo sucedido no se movieron de la mantita que ya se les había quedado pequeña. Llegue hasta mi madre, y me roce con ella. La pobre estaba asustada, su mirada dilatada y con temor llenaba sus pupilas. Empuje con ella la enorme puerta varias veces, pero fue imposible moverla. Tan solo una separación dejaba entrar el aire. Rendidos volvimos cada uno a su lugar el hambre empezaba a hacerse notar y mis hermanos y yo reclamábamos nuestra leche, mi madre se acomodó y esta vez cada uno mamo despacio y tranquilo desde su tetilla más cercana. No hubo peleas, pero tampoco hubo mucha leche que mamar. Al no haber comido en horas la leche que había era escasa, lo suficiente para mantenerte con vida, pero no para alimentarte. Volví a mi camita, mi sala de juegos mi espacio. Volví a mi caja. Cuando el sol salió aquella mañana no se vio casi cambio en nuestro hogar. La luz que antes entraba, ahora apenas iluminaba la estancia. Pero hacía calor allí dentro porque el sol atizaba con fuerza. Los niños se escuchaban cerca reír y jugar eso me asustaba, pero también me daba curiosidad. Intente buscar otra salida, recorrí toda la superficie, pero no, quizás desde el altísimo pueda ver si hay otra manera de salir. Subí por una silla, de esta salte a una mesa apoyada en la pared. Escalé por una tela que tapaba algo grande y desde allí encontré una ventana, un agujero que me enseñaba el exterior. Desde allí se veía el mundo tuve que parpadear varias veces. Mi madre preocupada imito mi escalada y consiguió ponerse a mi lado. Observo como yo. Ella conocía el exterior, pero para mí era algo nuevo. Podía ver como los niños jugaban a saltar dentro de un gran plato de agua. No se la bebían solo corrían y saltaban a tirarse en ella. Estaban jugando y parecían divertirse. Llamo mi atención que bajo aquellos colores existía piel. Contemple aquella escena hasta que se fueron. Ni siquiera me digne a bajar de allí. Arriba me sentía protegido, dominante y entretenido con el paisaje. Pero a su vez me sentía solo. Ellos humanos también tenían hermanos y jugaban juntos a mí me faltaba esa complicidad. No me faltaba simplemente no la tuve. Me quede dormido ante aquella externa postal cambiante, cuadro de vida y movimiento, riqueza de gama cromática y paisaje de libertad. —Es aquí mama. —se escucha decir a una voz de niño. —Anda si son gatitos! —confirma con sorpresa— aparta Andrea voy a abrir. La madre de aquella niña consiguió abrir sin esfuerzo alguno la puerta, liberándonos de nuestro hogar que se había convertido en una cárcel. Mis hermanos y mi madre quisieron agradecer el acto y maullando llamaban la atención de aquellas dos personas. Pasaron un rato jugando con ellos ofreciéndoles caricias y juegos. Trajeron agua y rellenaron aquel plato seco. Mi madre al ver su bondad, dejo a sus hijos entretenidos y se marchó a cazar. —Son bonitos verdad? —decía la niña con dulzura —Este esta gordito —afirmaba cogiendo al líder de mis hermanos. —Seguro que eres un glotón —comentaba la madre —Mami… podemos adoptarlos? —preguntaba la niña de pronto con congoja en su voz. —A todos? —sorprendida pregunta su madre. —Pueden dormir conmigo. Y podría jugar con ellos. —empezaba a explicar la niña imaginando. —Frena Andrea, si quieres solo podemos coger a uno. —Le complace su madre. La niña que no entendía él porque acepto sin pensárselo dos veces y agarro al líder de mis hermanos desmontando la manada. La inocente bondad de la niña, se vio dominada por la condición adulta. Secuestraron a mi hermano, lo hicieron suyo. Se lo robaron a mi madre, nos lo quitaron. Cuando mi madre llego de nuevo alimentada, trajo una presa extra para demostrar su generosidad a los humanos que nos habían salvado. Fue dolorosa su reacción cuando descubrió que le faltaba uno de sus hijos y que aquellos seres ya no estaban. No había rastro desaparecía antes del umbral solo olía a humano, pero al salir al exterior el olor a humano existía por doquier y era imposible encontrar de nuevo a su hijo. De todos modos, desesperada siguió buscando, dentro y fuera de nuestro hogar. Me baje de aquella ventana que me había salvado de poder ser el elegido. De nuevo mamamos con tranquilidad aquella noche, pero tristes por la perdida. Aunque fuese un abusador que me pego y por su culpa mi madre me mantuvo separada ahora la jerarquía se había roto por completo y solo había incertidumbre, dolor y tristeza. Fue la primera noche que dormí con mis dos hermanos y acurrucado con mi madre. Fue la mejor noche de mi vida, con la calidez rozando mi pelaje y sabiendo que mis hermanos no iban ya a lastimarme. Pero también fue una noche triste de solo oír suspirar de pena a mi madre. Le habían arrancado una parte de ella. Confió demasiado rápido en los humanos. La voz corrió como la pólvora, a la mañana siguiente dos familias más vinieron invitadas por la niña y su madre. Fue rápido. Abrieron haciendo ruido, excitados por la sorpresa nos despertaron manosearon, yo corrí a mi caja con el fin de esconderme sabía bien que hacer mi madre me había enseñado a ser invisible. ella hizo lo que pudo, defendió a sus hijos, pero los humanos con un simple agarre de sus manos cogieron a mis dos hermanos y después de debatir allí mismo quien se quedaba con quien. Se dispusieron a salir al exterior y llevárselos. Mi madre los siguió, rogaba a aquellas personas que le, devolviesen a sus hijos. —A ti no te podemos adoptar, ya eres grande. —decía una de las madres. —Mira Andrea te sigue su mama— le decía un amigo de la niña. —Mama no podemos quedarnos también a su mama? —preguntaba la niña de sentimientos puros. —Ya tienes uno. ¿Cuantos más quieres? —le amonesta su madre —Anda deja la puerta como estaba. La niña hizo caso, por suerte no tiene la fuerza de un adulto y la puerta no la pudo cerrar del todo. Mi madre siguió detrás de ellos. No pensaba perderlos de vista porque se negaba a perder a sus hijos. Yo no me atrevía a salir de allí subí arriba, a la ventana. Y pude ver como mi madre no se daba por vencida. Fue insistiendo y reclamando a sus hijos hasta que pude verla. Voltearon la calle y hasta allí alcanzo mi vista. Me quede esperando a mi madre, a que volviese durante un día. El hambre era insoportable, me comería lo que fuese. Pero estaba solo, no tenía alimento ni hermanos y mi madre no volvía. Me sentía solo, desamparado y con un hambre feroz. Empecé a maullar todo lo alto que podía para llamar a mi madre, gritaba y rugía hasta quedarme sin aliento por suerte había agua y eso me mantenía con las fuerzas suficientes para seguir. Una mujer entro con precaución y sigilo. Preocupada por los sonidos. Pude ver en sus ojos la misma precaución que mostraba mi madre. Pude verle el corazón en su mirada. Pero por algún motivo se fue. No tardó mucho en volver, trajo consigo alimento. Unas bolas marrones que estaban realmente buenas, aunque costaban un poco de masticar. Y trajo también agua fresca. Acaricio mi cuerpo mientras comía. No dijo nada solo, estaba triste y lloraba. Creo que sentía lastima por mí y que a diferencia de los demás humanos no podía llevarme. Creo que entendí que la decisión no dependía de ella, pero sabía que vendría y que me oiría si la llamaba. —Hola, ¿Es el propietario del solar que hay al lado de su casa? —escuche que preguntaba de lejos. Su voz era dulce, pero a su vez triste. —Si, ¿Por qué? ¿Qué pasa? —contestó un hombre en la lejanía desde las alturas. —Hay un gatito en un remolque de camión que tiene en el solar, está solo y no para de maullar. Llevo días escuchándolo. Me acerqué para ver que pasaba y al descubrirlo fui a traerle comida y agua fresca. —explicaba. —Habían más, pero se los han ido llevando, ahora ya la madre ni viene. —le dice el hombre sin importancia en sus palabras —Si lo quieres llévatelo. —Yo ya tengo dos en casa y no me dejan tener más. —contesto la mujer tristemente. —Si no lo quiere porque no lo pone en adopción, allí dentro hace mucho calor, está encerrado todo el día y no para de llamar y llamar. —empezó a decir la chica, con intención de hacerle reaccionar. —vivo al lado y a través de la piscina me llega sus maullidos. —Pues es mío, es mi propiedad yo le bajo agua y comida y ahí está. —concluyo sin más el hombre. La conversación paro, solo escuché unos cuantos pasos y vi como la mujer desaparecía al girar la calle. Seguí llamándola durante días, sabía que ella me estaba escuchando. Llamaba a mi madre y la llamaba a ella. Ahora entendía que había pasado con mis hermanos. Pero no comprendía porque ni mi madre ni ella regresaban. Sigo solo de noche a oscuras de día con un rayo de luz que se cuela por la rendija de la puerta. Solo me cabe el hocico, se respira un aire caliente y seco. Hace mucho calor aquí dentro, si subo a la ventana como estoy más cerca del techo más quema. Solo pasan las horas y el agua que queda ya caliente no sacia mi sed. Apenas hay 4 granos de esa comida. Empiezo a sentir lo que sentía mi madre, desolación, abandono, descuido, sentimiento de culpa, tristeza. Hambre y sed y mucho calor, un calor que cansa mi cuerpo. Ya no tengo noción del tiempo, pocas veces la he tenido. Tan solo día y noche marcan mi hora. Sigo llamando y nadie contesta. Sigo empujando, pero la puerta no se habré. Me puede el cansancio y la sed. El hambre y la pena. Creo que sigo gritando, pero ya no se me escucha. Ningún sonido sale de mi garganta. Creo que ya no tengo fuerzas para hacer nada. Creo que…

Comentarios